JAENDOR COMENTA

POR: ESCRITOR JAVIER ENRIQUE DORADO MEDINA

Correo electrónico: jaendor70@hotmail.com

Twitter: @javiergolden_

El pasado miércoles 16 de septiembre /20 en horas de la tarde, en la ciudad de Popayán (Cauca), hubo un hecho histórico trascendental y fuera de lo común, sin ceremonias de ninguna índole, sin corbatas ni los consabidos discursos de siempre, sin ningún himno acostumbrado, solamente la voluntad popular y soberana de un grupo de indígenas del Pueblo Guambiano Misak, acompañados de dos policías como escoltas, quienes hicieron cimbrar dramáticamente los cimientos sociales, políticos e históricos de la ciudad de 483 años de existencia, a la manera de un temblor cultural indescriptible, cuando algunos de ellos solamente armados de varios lazos y su fuerza de voluntad reprimida en tantos años de vasallaje español, derrumbaron en cámara lenta primero y luego con rapidez estrepitosa la icónica e imponente estatua de bronce de Sebastián de Belalcázar sobre su corcel “un caballo soberbio, casi inglés, casi árabe, casi traído del mismo cielo” (como lo describe muy bien nuestro gran amigo, poeta y escritor Marco Antonio Valencia, en su importante libro “Leyendas extraordinarias de Popayán”), quienes celebraron dicho acto valiente y decidido con vítores, con alegría desbordada, a la manera de una hazaña muy esperada, luego de 83 años de haber permanecido en ese sitio histórico, esperando que al fin llegara ese momento histórico, que no solo hizo despertar a una ciudad sino a todo un país aletargado.

Situado en el llamado Morro de Tulcán, palabra que en nativo significa “Comitulpas, donde se hacía el trueque y se almacenaba la comida, siendo un lugar sagrado”, también fue un antiguo cementerio construido en forma de pirámide truncada, construido por indígenas precolombinos de la cultura pubenense. De otra parte, cuenta el antropólogo Hernán Torres que el poeta Guillermo Valencia había expresado interés en que se erigieran dos monumentos conmemorativos: el primero sería la estatua de Sebastián de Belalcázar, encargada al escultor español Victorino Macho, y el segundo, el monumento al Cacique Pubén, a cargo del escultor colombiano Rómulo Rozo, sabiendo que en el cerro debía ir la estatua del Cacique y en la plazoleta de San Francisco la del español. Sin embargo, en la cima del Morro se colocó la de Belalcázar y el monumento del Cacique, desapareció…, debiendo haber quedado en el Morro, por sobrados méritos, por haber luchado en estas tierras y por defender el Valle de Pubenza, siendo un craso error histórico, teniendo razón los Misak con su acción del miércoles 9 de septiembre /20.

Sea como sea, esa acción tiene mucha simbología por varios motivos fundamentales: recordar que Sebastián de Belalcázar fue, según la historia, un genocida quien exterminó a muchos indígenas y arrasó poblaciones enteras, tiene por lo mismo un pasado luctuoso, el no reconocimiento a los ancestros indígenas desde la conquista hasta el día de hoy, protesta simbólica por los 270 líderes indígenas asesinados desde 2016, el año del acuerdo de paz, muchas promesas incumplidas de parte de los gobiernos de turno, indiferencia total del actual gobierno retrógado e impopular ante las peticiones de los pueblos indígenas.

En conclusión: es hora de tumbar las estatuas de la indiferencia ante lo que estamos viviendo hoy en día en Colombia, en el aspecto social e histórico.      

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